A LLORAR AL RÍO
Apuntes históricos, políticos y diplomáticos sobre la cuestión de Leticia con Colombia
En Colombia debería existir la mínima conciencia histórica de lo mucho que fue beneficiada a expensas del Perú con el Tratado Salomón Lozano de 1922 y la entrega de Leticia, como para que el presidente Petro agreda a nuestra nación como acaba de hacerlo
Nuestras narrativas nacionales, las oficiales, las corrientes, las que maneja la mayoría de los peruanos acerca de su pasado colectivo tienden a ser negativas, alguna vez las llamé autoflagelantes y el caso del trazado de la frontera (1922) y posterior guerra con Colombia (1932 – 1933) no escapa a ese designio que pareciese provenir de una suerte de mal augurio, de destino sombrío, implacable.
“Somos el país que perdió territorios ante todos sus vecinos”, reza el imaginario, imaginario que es una dimensión intermedia entre la realidad y la ficción como nos lo recuerda el filósofo marroquí Mohammed Noureddine Ajfaya. En este caso, la relación entre ficción y verdad es más que una ficción, casi pareciera una tautología. El empequeñecimiento territorial del Perú durante los siglos XIX y XX responde a diferentes causas, Arica y Tarapacá las perdimos a sangre y fuego, mal que bien, a sangre y fuego, pero la inmensa provincia de Acre que cedimos a Brasil en 1909 a través del Tratado Velarde-Río Branco y la muy dolorosa sesión del Trapecio Amazónico a Colombia a través del Tratado Salomón-Lozano de 1922 constituyen auténticas “donaciones graciosas”.
Una donación graciosa es aquella que se realizan sin mediar una obligación legal o contractual, constituye, en la praxis, un acto de beneficencia y hay que decirlo, aunque duela o aunque estas no resulten las palabras más conciliadoras en las actuales circunstancias. Para el caso de la cesión de la inmensa Acre a Brasil, también con Augusto B. Leguía de presidente, curiosamente, se alega que de este modo evitamos una guerra. Me queda claro que hubiésemos perdido cualquier guerra con Brasil, lo que no me queda tan claro es que la única alternativa fuese la sesión de Acre en su totalidad.
Lo de Leticia, Putumayo, las sentidas localidades de Tarapacá y Puerto Arica, en Loreto, llamadas así porque fueron fundadas por pobladores tarapaqueños y ariqueños desplazados durante la Guerra del Pacífico no ofrece siquiera el pretexto de una guerra perdida de antemano. Colombia no tenía cómo llegar al Amazonas. Desde una simple lógica de continuidad territorial, el requiebro que habría que hacer para que acceda era, en efecto, trapezoidal. Pero Estados Unidos intervino en la guerra de independencia de Panamá -que se secesiona precisamente de Colombia- porque quería en el istmo un Estado pequeño que pudiese maniatar para construir el canal y administrarlo como efectivamente sucedió. Panamá se fundó en 1903, el canal inició operaciones en 1914 y Colombia estaba muy enojada.
En 1919 Augusto Leguía se convierte en el primer dictador moderno de la historia del Perú, me refiero a dictador del siglo XX, ese sujeto corruptísimo, que monopoliza los tres poderes del Estado, que cuenta con un aparato represivo institucionalizado, sistema de inteligencia para perseguir a la oposición política entre otras joyas que adornaron nuestra pasada centuria.
Además, Leguía era hombre de Estados Unidos, la modernización del Estado la financiaba Estados Unidos, las planillas del Estado las pagaba Estados Unidos, las grandes inversiones de todo tipo, mineras petrolíferas, eran de Estados Unidos, los funcionarios de la Aduana eran de Estados Unidos, los funcionarios del recién estrenado BCRP (1922) eran de Estados Unidos. La Patria Nueva era de Estados Unidos y Estados Unidos le dijo a Leguía que compensase a Colombia cediéndole el Trapecio Amazónico, Leticia, el Putumayo, Puerto Arica, Tarapacá etc.
El tratado Salomón Lozano de 1922 era de tal escándalo que el dictador Leguía lo mantuvo oculto por cinco años hasta finales 1927, cuando súbitamente lo mandó al Congreso sumiso en que sustentaba su gobierno, quien lo aprobó sin titubeos. La entrega de territorios se realizó el 17 de agosto de 1930, el Oncenio se moría, cinco días después se levantó el sanguinario -porque lo fue- teniente Luis M. Sánchez Cerro, el 27 de octubre la Patria Nueva había terminado y Leticia era colombiana.
No somos un país cuyo patriotismo brote de sus élites, la peruanidad no es una afición de nuestras clases dirigentes. Para 1932 cincuenta loretanos de a pie, constituidos en milicia urbana, sumidos en un nacionalismo añejo, ese mismo que inspiró a Bolognesi, Grau y Cáceres, pero también a sus milicias campesinas, recuperaron Leticia. A Sánchez Cerro lo sorprendió la noticia pero, ya sea por oportunismo político o por algún atisbo de ese honor militar tan mancillado por Leguía, decidió apoyar a estos raros héroes civiles que, como no podía ser de otra manera, no figuran en los libros de historia, ni mucho menos en los manuales escolares. Y entonces nos fuimos a la guerra.
Soy historiador, pero sabía poco de ella. Así son las narrativas historiográficas, todo nos lleva a fijarnos en la Guerra con Chile, casi estamos obligados a pensar que la guerra con Chile es nuestra única guerra y, desde luego, no es así. La guerra con Colombia, 1932 – 1933, distó de ser una escaramuza, hubo al menos una veintena de acciones militares y estaba a punto de dejar la zona de litigio y generalizarse a no ser por el repentino asesinato de Luis Sánchez Cerro a manos del adolescente aprista Abelardo Mendoza Leiva a la salida del hipódromo de Santa Beatriz en Lima. Lo suplantó otro militar, Oscar R. Benavides y no pasó ni un año y ya se había firmado el Protocolo de Río de Janeiro peruano-colombiano de 1934, ratificatorio del Tratado Salomón-Lozano de 1922. Leticia volvió a ser colombiana, esta vez para siempre. Colombia nos compensó otorgándonos el inaccesible, inútil e inutilizable triángulo de San Miguel-Sucumbíos que al final, vista su inutilidad, cedimos a Ecuador en el otro protocolo de Río de Janeiro, el de 1942.
Sobre lo de Petro y algunas consideraciones finales más
Quiero comenzar estas últimas líneas diciendo que finalmente Colombia no es responsable del Tratado Salomón-Lozano, ni de la intervención del imperialismo norteamericano (como se le llamaba hace cien años) en la región, ni de la dadivosidad entreguista del presidente Augusto B. Leguía, primer dictador moderno de la historia del Perú. Colombia recibió lo que se le otorgó y nosotros hubiésemos hecho lo mismo, justo o injusto: si te otorgan el acceso al Amazonas no lo rechazas, ya está. El problema es del Perú, sus autoridades, la nula vocación patriótica, la nula mirada estadista de sus élites políticas, la nula vocación de desarrollo de sus élites económicas.
Sin embargo, sí debería existir en Colombia la mínima conciencia histórica de lo mucho que fue beneficiada a expensas del Perú como para que su actual presidente maltrate a nuestra nación y la agreda como acaba de hacerlo. Entiendo que Colombia tiene un problema, sus brazos ribereños que conducen al Amazonas se están secando, se le está dificultando el acceso, la morfología de la Amazonía cambia constantemente, el cambio la ha perjudicado. Necesita al Perú, vaya ironía, para resolver el problema pero con un detalle: Augusto Leguía ya no es más el presidente de la nación.
Luego, si algo aprendí de mi cercanía al litigio del Perú contra Chile en la Corte Internacional de Justicia de la Haya es que con las formas diplomáticas y dejando trabajar a los diplomáticos se obtiene muchísimo más que con la vulgar vocinglería de los políticos, peor si proviene del Jefe del Estado. Bien la presidente Dina Boluarte esta vez, debo decirlo, bien aconsejada, si alguien me grita, y yo respondo amablemente, comienzo ganando, Ojo, así comenzamos a ganarle a Chile en la Haya, QEPD Joselo garcía Belaúnde.
Colombia querrá resolver el problema de su acceso al Amazonas. Con un litigio en la Haya no lo va a lograr. Al contrario, perderá. Con una guerra, tan obscena y absurda como todas las guerras, perdemos todos. Que venga a conversar, que vengan sus representantes. Pero los Estados no tienen amigos, los estados tienen intereses, aquí no se regala nada, ni se otorgan salidas al Amazonas a cambio de triángulos inservibles. Dejen hacer a los diplomáticos y que no nos falte sagacidad. ¿qué obtiene el Perú con todo esto? Esa es la pregunta que debemos formularnos.