MORALES
"La cerrada defensa conservadora a Francisco Morales Bermúdez, a quien se eleva a la categoría de paladín de la democracia, por volvernos a encarrilarnos en un camino de retorno hacia ella a través del proceso constitucional 1978-1979, esconde en realidad el alivio conservador de verse librado del “canalla” Juan Velasco, el mayor disruptor del orden social que nunca debió modificarse y que hoy, de manera cada vez menos disimulada, algunos políticos buscan restablecer"
A Juan Velasco y Francisco Morales me unen historias cruzadas. Velasco fue la primera persona fallecida que vi. Y no lo digo en broma, el 23 de julio de 2008 se produjo el deceso que más me impactó, el de mi padre, y a ese padre, lo último que le dije, antes de que cerrase sus ojos para siempre, en que en clase yo hablaba bien de Velasco para que así me regalase su ultima sonrisa, su última miradita tierna y cómplice. No es casualidad que, apenas cumplidos los 10 años, papa Ezio me llevase al velorio del chino Velasco en la Catedral de Lima, el 24 o 25 de diciembre de 1977.
Morales, al contrario, fue el presidente del Perú al que más veces vi presencialmente y saludé de pasadita. Alrededor de quince veces, así, a boca de jarro. Resulta que era vecino de mi barrio. Vivía primero en Marconi, Justo en la casa al lado de la Iglesia San Felipe Apóstol, luego, viudo y vuelto a casar, se mudó no muy lejos, en la calle Roma, frente a la Bonbonniere, clásica cafetería donde lo ví las últimas veces. En ese departamento, en calle Roma, debió sorprenderlo la muerte pocos meses antes de cumplir los ciento y un años. Donde más vi a Morales fue en mi breve break deportista. Eso fue allá por el año 2005, en el footing matinal, él me cruzaba bien al buzo y yo lo saludaba con un gesto que el respondía igual. Haciendo números, a la fecha Morales ya pasaba los ochenta, pero mantenía muy bien el ritmo marcial.
Pero el general Morales me hizo pasar uno de los peores días de mi vida. Fue el 29 de agosto de 1975. Cuando el golpe a Velasco, y su levantamiento en Tacna, el Tacnazo. Papá Ezio estaba en el Centro Histórico, trabajaba convencido para el GRFA. Meses antes, aterrorizados, habíamos visto los humos del incendio del Diario Correo y del Edificio del Centro Cívico aquel 5 de febrero que Velasco perdió definitivamente el control de la revolución.
Luego el golpe cayó por su propio peso. El tema es que cada golpe y cosa por el estilo -laberintos en el centro como decía mi abuela Rosa- yo los vinculaba con la seguridad de papá Ezio, y el 29 lloré a mares mis 7 años en los brazos de madame Lagalise en la primaria del colegio Franco Peruano: ¡había caído Velasco!, ¡nos íbamos a la guerra con Chile!. No sé con que raro fenómeno de masas, desde la secundaría hasta la primaria, en 1975, sin celular, sin tics, y casi de seguro sin un estudiante con un radio, o habría algún loco por ahí, con su radio a transistores, no lo sé, pero la noticia la sabían desde el más viejo repitente en quinto de secundaria hasta el más benjamín infante de kínder o la maternelle.
Qué preámbulo, pero tenía ganas de preambular y el corrector de Word no me ha subrayado el verbo, así que debe existir. Mi punto es otro. El debate suscitado los últimos días remite a las tesis que he divulgado en mis últimos artículos. Somos un país dividido entre conservadores y liberales, o nos hemos convertido rápidamente en un país dividido entre conservadores y liberales. Y pongo conservadores al inicio porque son quienes llevan la batuta.
Es como en el XIX. Bartolomé Herrera creía en un orden social establecido por Dios, donde había los llamados a gobernar y los llamados a obedecer. Este orden podía ordenarse mejor y perfeccionarse, por ejemplo, a través de la educación, pero, básicamente, estaba llamado a prevalecer. Luego los liberales, que ni siquiera lo eran tanto porque para participar de la política había igual que formar parte del estamento privilegiado sí pensaban en que la sociedad podía paulatinamente avanzar hacia la igualdad.
En ese esquema, los militares (salvo la excepción muy muy sui generis de Juan Velasco) velan por el mantenimiento del orden conservador. Por ese motivo, la cerrada defensa conservadora a Francisco Morales Bermúdez, a quien se eleva a la categoría de paladín de la democracia, por volver a encarrilarnos en un camino de retorno hacia ella a través del proceso constitucional 1978-1979, esconde en realidad el agradecimiento conservador a quien los libró del “canalla” Juan Velasco, el mayor disruptor del orden social que nunca debió modificarse y que hoy, de manera cada vez menos disimulada, algunos políticos buscan restablecer. Lo curioso, es que, más allá de un orden clasista, pareciera que la corrupción y concebir al Estado como fuente de enriquecimiento ilícito, es parte del coctel conservador que se busca poner en valor.
Más allá de esta lucubración, muy mía, lo cierto es que la legitimidad de la transición democrática se la debemos a otros líderes, de aquellos a los que nuestra democracia no considera sus héroes porque paradójicamente estamos acostumbrados a tener a militares por héroes de la democracia en lugar que a civiles: me refiero a Víctor Raúl Haya de la Torre y a Luis Bedoya Reyes.
Quiero explicarme, luego de que el combativo movimiento sindical peruano, con sus brillantes jornada de lucha de 1977 y 1978 empujó al régimen militar a dejar el poder, la salida a la crisis que lucubraron Morales y su círculo más cercano fue una Asamblea Constituyente para mantener así algunas de las reformas fundamentales de la revolución peruana en el texto constitucional.
Lo cierto es que la transición no hubiese podido darse, cancelada por su propia ilegitimidad, si el Partido Aprista no la hubiese sostenido participando de ella, así como también lo hizo el Partido Popular Cristiano, y los jóvenes partidos de la Nueva Izquierda. Estos últimos, aunque al final se negaron a firmar el texto de la Constitución, si fueron fundamentales en la aprobación de artículos básicos como el voto al analfabeto.
Concluyo con la siguiente idea. La tradición conservadora en el Perú tiene un tufillo militarista, atesora aún esa pérfida idea de que “de cuando en cuando hace falta una mano dura” y por pensar así entre 1919 y el año 2000, entre Leguía y Fujimori incluido, en esos 81 años, pasamos 57 en dictaduras y solo 24 en democracia, y es por eso por lo que hasta ahora no sabemos vivir en democracia en el Perú y no hemos terminado de cumplir la promesa de la vida peruana de Jorge Basadre.
Busquemos nuestros héroes civiles, busquemos nuestros verdaderos héroes de la democracia, solo así comenzaremos a construir un país de ciudadanos y ciudadanas cívicos, iguales antes la ley, iguales entre sí, y que persigan el bien común sin que ningún hombre sobre un tanque venga a decirnos lo que tenemos que hacer.
Por Daniel Parodi Revoredo
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