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escenas de la marcha de ayer en defensa de la reforma de la educación superior y contra  el gobierno de PEdro castillo. Fuente: Elcomercio.pe

Protestando en la informalidad

En este griterío de todas las sangres, la única coherencia tiene nombre y apellido: Pedro Castillo, ¿acaso no es la expresión más genuina de esta realidad infrainstitucional?

Publicado: 2022-02-06

El corneta toca la retirada, y a pesar de que la marcha de anoche, fue acariciada por la brisa vespertina de febrero, esta no pasó del embrión de una contraofensiva, no fueron más que los despojos de un ejército defendiendo en restos de pelotones, que muchas veces se disparaban entre sí (incluida una cobarde agresión a Susel Paredes) los estertores de la dignidad de una democracia que nunca existió.

Los rusos piensan que no están hechos para la democracia, que ese es un invento occidental, los chinos piensan lo mismo, los deplorables nazis del tercer Reich estaban convencidos de que Weimar era una imposición americana, que a ellos les vendría mejor un Kaiser. A cambio les llegó el peor genocida de la historia universal, del que no se van a poder desprender fácilmente por más que a veces te adviertan que a ellos no les gusta hablar de eso. Últimamente lo están haciendo. Una serie de Netflix recién nos ha situado en la Berlín de semanas después de terminada la guerra, algo de victimismo entre los victimarios.

Hugo Neira ha dicho que nos faltó preguntarnos qué tipo de república queríamos ser, pensándolo bien, lo que debimos preguntarnos es si queríamos ser una república. La respuesta, una y mil veces, hubiese sido que no. Lo que quería la mayoría indígena era su corporativismo, su comunidad, sin españoles que los exploten, sin gamonales, como ahora, más o menos, ¿por qué defender los valores democráticos? ¿les fueron útiles en algún momento? ¿trajeron para sí el anhelado desarrollo en alguna circunstancia coyuntural estos últimos doscientos años?

Y a la derecha, que siempre fue libertaria, más de lo que predican hoy los libertarios, sin necesidad de gritarlo a los cuatro vientos, para qué, si llegado el caso tenían a Sánchez Cerro, a Odría, para qué perderse en las tediosas peroratas de Agustín Laje, no hacía falta tanta “filosofía”, la sociedad patriarcal se imponía de facto, y cuando se votaba era siempre para que ganasen ellos, sino que se lo pregunten a Haya de la Torre.

Con Velasco la sociedad cambió, claro, pensamos que se democratizó, claro, pero no se democratizó. Al contrario, el pensamiento corporativo conservador de la sierra se trasladó a Lima y el conservadurismo se diseminó por todo el país, en la alianza tácita católico-protestante, en cada uno de sus templos barriales, en cada barrio y centro poblado del Perú. Allí el sacerdote o pastor recuperó el protagonismo del párroco de abril de 1879 quien, desde lo alto del púlpito, peruanizó a Dios y convenció a la feligresía de su carta de ciudadanía, razón por la cual sólo podíamos ganar la guerra con Chile. Al final no ganamos ni mierda, total, los curas en Chile hacían exactamente lo mismo, pero para su lado, obvio.

Los predicadores de hoy anuncian el advenimiento del “apocalipsis LGTBIQ+”, del “infierno del matrimonio igualitario”, y de la “plaga feminista”, cuyos excesos de radicalismo, vale decirlo, han atraído a miles hacia los cantos de sirena conservadores. Y en este griterío de todas las sangres la única coherencia tiene nombre y apellido: Pedro Castillo, ¿acaso no es la expresión más genuina de esta realidad infrainstitucional? ¿y más aún ahora cuando se muestra tal y como es, y cuando brama la izquierda caviar que tras veinte años sigue sin comprender que hay que construir partido y conectarse con las provincias?

Este artículo es una catarsis, es una rapsodia, es un análisis o no resiste ninguno, no lo sé. En el siglo XX tres proyectos políticos desafiaron la construcción de esta realidad, encuentro dialéctico de pasado y presente: el APRA hace mucho tiempo, la nueva izquierda por muy poco tiempo, y Velasco que al mismo tiempo contribuyó, sin quererlo y muchísimo, a construirla.

Tiene solución, no lo sé, para necesitar una solución debe existir un problema y eso es lo primero que debemos discutir; ¿existe un problema arraigado en la realidad, o en el Perú la realidad equivale al problema? porque cambiar la realidad son palabras mayores, requiere una revolución, un proyecto de 20 años con una elite civil de cientos de miles de ciudadanos dispuestos a décadas de sacrificios para lograr un cambio realmente visible. Pero protestar a la informalidad difícilmente llevará a resultados concretos, si la protesta no viene acompañada de proyectos  también concretos para convertir en institucional aquello que hace un Bicentenario se resiste a serlo. Téngase presente.

Daniel Parodi Revoredo



Escrito por

Daniel Parodi Revoredo

Máster en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid, Historiador Docente en U. de Lima y PUCP. Opiniones personales


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Palabras Esdrújulas

PALABRAS ESDRUJULAS por Daniel Parodi