Reflexiones de Pandemia #1
El Punto de Partida
Ningún proyecto de desarrollo podrá ser ejecutado en el Perú mientras un altísimo porcentaje de nuestras clases política y económica las compongan aventureros que ven el Estado y la función pública como un botín
En 1984, en su célebre “Desborde Popular y Crisis del Estado”, el antropólogo José Matos Mar observó con claridad que el Perú informal terminaría abarcándolo todo, inclusive al Perú oficial, limeño, el de las instituciones tutelares del Estado. 36 años después, y golpeados por la pandemia del Covid-19, observamos que de la simbiosis entre los dos “perúes” de los que hablaba Matos Mar no ha resultado un Estado más fuerte cuyos servicios de salud, educación e infraestructura pudiesen elevar significativamente la calidad de vida de los peruanos que, al amanecer de la década de 1980, pugnaban por levantar su hogar en el arenal de Villa el Salvador o en el valle de San Juan de Lurigancho.
Entre aquella década y la nuestra median treinta años en que transcurren el populismo neoliberal de Alberto Fujimori, la boyante década-milenio, con gobiernos como los de Alejandro Toledo y Alan García, con altas cifras de crecimiento gatilladas por la alta demanda de materias primas de China, y los inestables años diez. En esta última década, finalmente, logramos tomar conciencia de que el dinero que acumulamos desde el advenimiento del tercer milenio fue lo que quedó después de todo lo que sistemáticamente se llevó la corrupción económica y política, mientras transcurría una de las bonanzas económicas más notables de la historia republicana.
Pasó en tiempos de la economía guanera, a mediados del siglo XIX. Un recurso natural nos enriqueció súbitamente, lo dilapidamos pero no despegamos. Una clase política compuesta de caudillos y sus paniaguados, dada a la corrupción; una clase económica rentista, cuyo nulo emprendedurismo la convirtió en mera intermediaria entre el Estado y los compradores internacionales de guano, y un visionario pero carísimo proyecto ferroviario, nos robaron esa oportunidad.
El punto de partida
Solemos soñar con ese proyecto de desarrollo nacional, cuya duración debiera ser de tres a cuatro décadas, dividido en fases; con ese proyecto que, pensado desde las bases socioeconómicas del país, logre lo que China y Corea en el último medio siglo: convertirse en países desarrollados, con un alto grado de industrialización y tecnificación.
Pero, ya sea con las ideas modernizadoras de Deng Xiao-Ping, apoyado en el viejo y siempre totalitario partido comunista chino, o en un grupo de ricas familias coreanas, casi arriadas por el controversial dictador Park Chung-Hee (1961-1979), que las obligó a invertir en la industrialización de su país, lo cierto es que China y Corea tuvieron un punto de partida. Al contrario, en el Perú, desde los tiempos del guano, el business de nuestra burguesía consiste en penetrar el Estado con sobornos para obtener concesiones sobrevaluadas a tres veces su costo, canjeadas por generosas coimas a políticos y funcionarios públicos.
El resultado de este modus operandi es aproximadamente 17 mil millones de soles que drenan de las arcas estatales todos los años. Y hasta hoy no se vislumbran ni otra clase política, ni económica, alternativas a aquellas que han hecho de la permuta del bien común por fortunas individuales o corporativas mal habidas, la cotidianidad de nuestra política, nuestro Estado y, lo más triste, de nuestra sociedad.
Por eso hablo del punto de partida. Quien quiera seriamente construir un proyecto de desarrollo para este país de tantas oportunidades perdidas, tendrá primero que arrebatarle el control de las grandes decisiones nacionales a quienes han convertido nuestros recursos en la oportunidad de amasar enormes fortunas particulares. Ocupémonos de ello primero, solo así podremos establecer las bases e infraestructura del proyecto de desarrollo nacional que ojalá inauguremos al doblar las campanas del Bicentenario.