A cocachos aprendí
¿Estuvieron bien las bofetadas del capitán Cueva?
“Está bien su par de cachetas para que aprenda ese huevón”, “así no lo volverá a hacer”, “así sabrá lo que es el respeto a la autoridad” son solo algunas de las expresiones que se han difundido por millones de tweets estos días
Ayer en la red Twitter me llamaron fujimorista. Expuesto, como tantos otros, a una jungla llena de troles y seres maledicentes sobre los cuales no se tiene ningún control, me han dicho muchas cosas, pero fujimorista primera vez. Sucedió cuando repliqué un tweet del Congresista Daniel Urresti quien rebatía, a su vez, la siempre controversial columna dominical de Federico Salazar -que por cierto no leo- en el que el exmilitar señalaba que los militares no ingresaban a los hogares peruanos a golpear a los civiles, a propósito del caso del capitán Cueva.
Entonces retruqué a Urresti señalando que en el caso de que un civil, contraviniendo la cuarentena, fuese detenido y se entregase sin ofrecer resistencia, debía ser conducido a la comisaría y abrírsele la instrucción del caso -ya el presidente Vizcarra anunció las penas por violar el aislamiento social- sin aplicarse en su contra la violencia física. Básicamente, la idea central de mi artículo fue que “al que se entrega a la autoridad sin violencia, se le arresta sin violencia”, y como el Congresista Urresti es conocido por sus posturas anti-fujimoristas y Federico Salazar por todo lo contrario, entonces súbitamente me convertí en simpatizante naranja.
En el siglo XX esto no hubiese pasado porque nos regíamos por ideologías, entonces era casi imposible confundir una persona de derecha, con una de izquierda, los problemas se presentaban más con quienes adoptaban posturas centristas. Para ahondar más en la materia, podríamos inclusive señalar que Urresti tiene mucho de fujimorista y Salazar no tanto. El primero representa una cultura autoritaria y clientelista que es la base sobre la que se mueven Fuerza Popular y sus adeptos; en cambio, el segundo es un liberal a ultranza lo que debería colisionar con una serie de prácticas del fujimorismo. Pero sucede que la ideología, hoy por hoy, es una de las últimas consideraciones que un político como Urresti, o un periodista de opinión como Salazar evalúan para tomar posición. El juego del primero, lo admito, hasta ahora no me resulta tangible, el del segundo lo conozco desde que Alberto Fujimori gobernase el país.
Pero centrémonos en las bofetadas del capitán Cueva, en el miembro de las fuerzas del orden al que unos maleantes le quebraron la nariz, en el policía que hizo ranear y cantar “nunca más volveré a hacerlo” a un grupo de adolescentes que decidieron jugarse una pichanguita de fulbito en la pista de la cuadra para matar el aburrimiento. Para ser breve, me parece que tanto los miembros de las fuerzas armadas agresores de civiles que no ofrecían resistencia y los que fueron agredidos por civiles han obrado mal. De acuerdo con protocolos y reglamentos, en el primer caso corresponde arrestar sin violencia, en el segundo reducir con violencia hasta que se complete el arresto y pueda trasladarse a la comisaria a la persona detenida. Hay una falencia formativa aquí.
Sin embargo, son otras respuestas y comentarios en la red del Twitter las que más han llamado mi atención, y no necesariamente ser llamado fujimorista. Mucha gente, muchísima, piensa que las bofetadas estuvieron bien aún si ese joven no hubiese presentado resistencia a la autoridad. En otras palabras, las semanas pasadas las redes nos han mostrado, a quienes vivimos en nuestra burbuja intelectual limeña, que la cultura patriarcal autoritaria en la que la bofetada, el puñete, la patada, y una variopinta variedad de castigos físicos, son una praxis educativa admisible y útil para corregir malas conductas, está plenamente vigente y es muy popular.
“Está bien su par de cachetas para que aprenda ese huevón”, “así no lo volverá a hacer”, “así sabrá lo que es el respeto a la autoridad” son solo algunas de las expresiones que se han difundido por millones de tweets estos días. Las expresiones venían acompañadas con dosis de realismo que no puedo dejar de tomar en cuenta. Alguien me dijo, “tu sentado en tu escritorio de abogado con tu café, no ves la calle”. Bueno, salvo en lo de abogado, no se equivocó. Con esto no estoy justificando prácticas antirreglamentarias del personal militar y policial, pero sí subrayando que un análisis más profundo acerca de la persistencia de una cultura autoritaria patriarcal en el Perú tiene que ver con una calle que, para la gran mayoría de peruanos, es cotidianamente violenta e insegura, y es, desde ese Perú violento y de ciudadanos temerosos de esas calle,s que se desprenden expresiones que entienden la violencia ejercida por la autoridad como forma de escarmiento.
No pensaba terminar este artículo así, pero así terminó. Nosotros, los que vivimos en el Perú donde se decide todo y al mismo tiempo nunca pasa nada, debemos intentar ser un poco menos soberbios y paternalistas ¿no? Si tantas veces nos vemos desbordados por mayorías que se manejan con “códigos diferentes a los nuestros” no es porque al momento de votar se expresan bajo la forma de un “electarado” como dijo alguien que felizmente cada vez gravita menos; sino porque las condiciones socioeconómicas en las que se desarrollan sus vidas, de una u otra forma, producen esos códigos. Sonará a marxismo, el eclecticismo me encanta, pero cambiar las condiciones socioeconómicas es el punto de partida. Mientras tanto, seguiremos aprendiendo a cocachos.