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Vivir sin el Otro

Los efectos de una cuarentena inesperada

No debiera espantarnos vivir sin dejar la casa, el futuro se levanta inevitable en ese sentido. Lo realmente escalofriante sería perderse del otro, anular el contacto del prójimo, su latido.

Christopher Rojas

Publicado: 2020-03-27


Por segunda vez, invitamos a Palabras Esdrújulas, al filósofo y docente de la Universidad de Lima, Christopher Rojas quien nos regala una profunda reflexión filosófica sobre la condición humana ante el desafío del #CoronaVirus. Daniel Parodi  


Las últimas semanas han cercado al ser humano dentro de sus trincheras existenciales. Han sido obligados a confrontarse consigo mismo y a mostrar su lado más vulnerable: el no saber y no poder estar solos. O mejor dicho, el precisar el contacto con el otro siempre y cuando los encuentros sean mediatizados por una herramienta tecnológica.

Si tomamos cierta distancia de los sucesos coyunturales corroboramos que el problema no es el aislamiento, sino la costumbre. El hábito de salir se impone sobre la necesidad de socializar. En la actualidad, sobre todo en el caso de los más jóvenes, la socializacion pasa por tener cuentas en Instagram y Facebook y consumir los productos que un influencer dicta.

Ir a un concierto y retratar el espectáculo en vez de disfrutarlo. Asistir a un pub, aislarse cada uno del resto y fotografiar el acontecimiento. Las fotos y los videos son registrados deliberadamente para el olvido, pues en aras de inmortalizar lo sido, terminan aislándolo en ese conglomerado de desechos informativos llamado estar actualizado. Las historias de Instagram y Facebook son las más reales. El ser humano contemporáneo se adhiere a la herramienta y no viceversa, esta lo recibe y lo (in)corpora.

Hemos pasado del look al like. Ya no importa cómo luces ni quién eres. El impacto de tu vaporosa existencia recae en cuántos likes tienes. Hay que someterse a los criterios del marketing virtual y vender la imagen, de tal modo que la popularidad aumente exponencialmente. No olvidemos que ver no es solo mostrar, sino dejarse ver. Cuando vemos algo ya estamos incluyendo una versión de nosotros mismos. Seleccionamos aquello que queremos dejar en evidencia y ocultamos lo indeseable.

El encierro abre ángulos insospechados y ocultados por un largo trecho. Querer abandonar sus casas es no poder afrontar al otro, al de al lado, el silencio. Verse forzados a reflexionar, a encontrar aquello postergado merced a los nuevos hábitos telemáticos.

La invasión de supermercados, tal cual lo haría un zombi, en búsqueda no de cerebros sino de artículos de primera necesidad sin realmente necesitarlos o anticipándose con exceso a lo por venir resulta reflejo de cuán escatológicos y primarios son nuestros temores y el poco peso reflexivo al momento de actuar.

Diríamos que si bien la atención está concentrada en la posibilidad de contagiarse, el verdadero poderío estaría en la fragilidad de la condición humana. Definitivamente no somos lo que creemos ser, los más fuertes del planeta y, a modo de balance, se podrá hablar del algebra de la justicia infinita, haber depredado el medio ambiente y formas de vida variadas, nos hacen ver no nuestra infinitud sino nuestro carácter ínfimo en el universo.

La guillotina del coronavirus nos permite asistir a una pandemia en tiempo real y a su vez confirmar la trivilizacion de la muerte. La gente debe seguir adelante, la partida de alguien implica que el momento está cerca, pero también que estás vivo. No debiera espantarnos vivir sin dejar la casa, el futuro se levanta inevitable en ese sentido. Lo realmente escalofriante sería perderse del otro, anular el contacto del prójimo, su latido.

Que los efectos pandémicos llamen la atención sobre la revalorización de la soledad y todo lo que ella supone, el componente epistémico en el ser humano y su potencialidad, la comunicación real entre familiares inmediatos y el derecho a callar y despreciar las palabras cuando estas no son mejores que el silencio.

Es necesario darle un respiro a la ciudad, ya la hemos hecho transpirar demasiado y sería saludable poder disfrutar de las calles, parques y avenidas libres al fin de tanto tráfico humano y tecnológico, también.

Christopher Rojas


Escrito por

Daniel Parodi Revoredo

Máster en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid, Historiador Docente en U. de Lima y PUCP. Opiniones personales


Publicado en

Palabras Esdrújulas

PALABRAS ESDRUJULAS por Daniel Parodi