LOS LINDEROS DE PLAZA ITALIA
El dilema de Chile entre la protesta y la represión
Hace un par de años asistí a un congreso de historiadores en Santiago de Chile. Para la ocasión me alojé en un hotel situado en la céntrica Plaza Italia. Casi al llegar, me topé con una nutrida y multicolor multitud: se estaba celebrando, allí mismo, la marcha del orgullo gay en la capital chilena, la que atravesé varias veces al dirigirme del hotel a la estación del metro y viceversa.
Italia es una plaza muy céntrica y divide a Santiago en dos partes: la rica que va en dirección a las montañas y la pobre que va como apuntando hacia el mar, me explicaron mis colegas santiaguinos, dándome a entender que la sociedad chilena está más partida de lo que solemos pensar. En efecto, las distancias sociales son bastante acentuadas, y la calidad y coste de los servicios del Estado suelen posibilitar o limitar las oportunidades de mejorar la posición económica pues, a diferencia del Perú, Chile no le deja a la informalidad el encargo de arreglar todo lo que nuestra clase política local es incapaz siquiera de plantearse.
El año 2011, las fracturas que refiero produjeron una larga oleada de marchas y protestas estudiantiles en Chile, de las que participaron inclusive alumnos de la educación secundaria. El motivo fue básicamente el mismo que desató las recientes protestas: en 1981 la educación pública dejó de ser gratuita. Desde entonces, los largos endeudamientos y la imposibilidad de cursar o concluir estudios superiores han truncado la esperanza de mejorar la calidad de vida de varias generaciones de jóvenes chilenos.
Por todo ello no debe sorprendernos tanto el espiral de violencia que se desató en Santiago el último fin de semana. El alza en 30 pesos del billete de metro -apenas 14 centavos de sol peruano- fue la gota que rebalsó el vaso: Chile es un polvorín debido a que, a pesar de su desarrollo material superior a la mayoría de países de la región, la riqueza se reparte de manera muy desigual.
“Explotó el pacto de 1989, los acuerdos de la concertación y la derecha. Ahora la historia se escribirá con hitos en 2006, 2011 y 2019” ha señalado en su cuenta de Twitter el historiador Iquiqueño Patricio Rivera. Las dos primeras fechas refieren grandes movilizaciones estudiantiles; la tercera, los recientes disturbios.
Al académico chileno no le falta razón: más allá de algunos esfuerzos reformistas implementados durante los gobiernos de la coalición centroizquierdista (Partido Socialista y Democracia Cristiana), lo que prevalece en el manejo económico de Chile es una suerte de piloto automático neoliberal -bastante similar al nuestro- en el que los servicios que le brinda el Estado a la ciudadanía no alcanzan para forjar una sociedad en la que el esfuerzo y el talento pudiesen resultar suficientes para alcanzar el bienestar material. Hay una barrera, como la que divide a Santiago en dos desde Plaza Italia, interpuesta por la solvencia económica que hace falta para siquiera plantearse la posibilidad de progresar o de optar por la resignación de compartir la misma pobreza de padres y abuelos.
Hoy Chile nos muestra la enorme distancia que existe entre un país pensado como el oasis de la estabilidad democrática en América Latina (Sebastián Piñera Dixit) y la realidad de una sociedad cuyos sectores menos favorecidos no se identifican con el proyecto político en curso y claman por un nuevo contrato social. El Estado de Bienestar, una vez más en el siglo XXI, está llamando a la puerta del neoliberalismo.
Historiador Daniel Parodi Revoredo, Docente en Universidad de Lima y PUCP