El hijo del Mensajero
Recordando a Francisco Mujica Serelle
Un día, sorpresivamente, me llamó al teléfono Francisco Mujica Serelle. Yo lo había conocido por la amistad que tenía con mi padre. Mi papá lo quería mucho, me decía que Mujica era un hombre muy amable y servicial, amigo de sus amigos, que era mas bien callado, casi tímido, pero que en las jaranas -que tanto le gustaba organizar a mis papás en casa- luego de un rato, como que entraba en calor, y entonces se ponía a cantar con los demás.
Francisco Mujica era además un hombre con una importante posición socioeconómica, tenía un alto cargo en la Backus, y llegó a ser presidente del Club Sporting Cristal, sacándolo campeón más de una vez. Por esas épocas, la Backus apoyaba eventos culturales y mi madre y yo, en diferentes ocasiones, fuimos auspiciados en los recitales que organizábamos en Barranco, porque en la familia somos cantautores, mamá Laura y sus cuatro hijos.
Pero un día Francisco me llamó a mí, casi disculpándose, a pedirme un favor. Me explicaba que su padre había sido el mensajero de Haya de la Torre; que a la muerte de este -Nicanor Mujica Álvarez Calderón- él, Francisco, su hijo, había culminado y contextualizado las memorias del progenitor. En mis adentros me decía "cómo si yo no supiese quien fue Nicanor Mujica".
Lo cierto es que me había llamado a pedirme que presentase el libro titulado "Nicanor Mujica Álvarez Calderón. Memorias para un país desmemoriado", en cuya portada, por lo que antes he dicho, figuraban el padre y el hijo como autores. Francisco me lo pedía como un gran favor, pero para mí se trataba de un gran honor.
El libro, una maravilla. Nicanor Mujica era el mensajero perfecto para Haya en tiempos de la clandestinidad del General Oscar R. Benavides. Se trataba de un joven de la alta sociedad, muy acogido y protegido por ésta; en suma, Nicanor era la última persona de la que los persecutores del fundador del APRA sospecharían. Las anécdotas sobran, una que se me viene a la cabeza es que, cuando la policía lo cercaba, se escondía nada menos que en el exclusivo Club de Regatas Lima, donde la autoridad no ingresaba sin permiso de Palacio de Gobierno, y donde lo acogían como a un joven rebelde que requería protección y quizá algún consejo.
Pero estas líneas son para el hijo, para Francisco, peruano cabal, caballero como pocos, devoto esposo y cariñoso padre, empresario emprendedor, exitoso y honesto, promotor del deporte y personaje clave de los éxitos del Sporting Cristal en la década de los noventa. Aprista devoto de Haya y de su legado, que protegió todo lo que pudo, tanto como su padre al líder y fundador de dicho movimiento político.
Así, como era él, sin querer llamar la atención, se nos ha ido un gran peruano, un hombre de obras y sin enemigos. Sirvan estas líneas para recordarlo.
Daniel Parodi Revoredo, docente en Universidad de Lima y PUCP