Una República en Ciernes
En el fragor de esta batalla ocurre una gran paradoja: mientras el fujimorismo controla o influye en casi el 60% de los congresistas, la calle aclama a Vizcarra tanto como clama por el cierre del Congreso
Con más serenidad, luego del sobresalto del 28 de julio, les ofrezco el siguiente análisis de los hechos. El punto de inflexión se ha presentado el día 27 cuando Pedro Olaechea resultó electo presidente del Congreso con 76 abrumadores votos. De hecho, no podemos negar el éxito del fujimorismo al congregar a los antiguos avengers y a varias pequeñas bancadas, entre las 12 en las que hoy se divide el Congreso.
En oportunidades pasadas, he definido nuestro escenario político como una guerra, porque no se trata de que la mayoría derrote a la minoría, o viceversa, ni trata de la aprobación de tal o cual proyecto de ley, o paquete reformista. Aquí lo que está en juego es la permanencia o no de un orden de cosas en el que la política y la corrupción se han convertido en parte de la misma sustancia. En tal sentido, cuando todo esto se acabe, sólo un bando quedará en pie, luego de exterminar políticamente al contrario, por eso es una guerra.
Las 12 reformas políticas inicialmente propuestas por el poder ejecutivo, reducidas a seis, que se han aprobado con graves distorsiones (por ejemplo mantener la inmunidad y el voto preferencial), no iban a solucionar en meses y años lo mucho que tenemos que transformarnos como sociedad para alcanzar a tener una política y una clase política con mínimos estándares de calidad en los servicios que les ofrecen a la ciudadanía y de integridad, léase decencia, que es fundamental en todo servidor público, por más hilarante que esta afirmación pudiese sonar en nuestro medio.
Hugo Neira, en su última nota, muy sugerente como suelen ser sus escritos, ha señalado que se está muriendo una época y que de pronto los peruanos quieren otras caras y otros políticos. A mi juicio, las cosas están así: de una parte, el impetuoso reagrupamiento de la oposición fujimorista se ha posicionado al punto de que está lista para vacar al presidente en la primera ocasión que se presente; y si no se presenta esa ocasión pues entonces inventará una.
A su turno, el presidente Vizcarra improvisa, pues se adapta al escenario de una alianza congresal fujimorista que reitero, cuenta con 76 de los 130 parlamentarios, 77 con Leila Chihuán que faltó a la sesión del 28 de julio. A nadie le ha quedado clara la fórmula que nos ha planteado Vizcarra el pasado domingo, pero sí nos ha quedado clarísima su voluntad de no pasar a la historia como el segundo presidente vacado en dos años por una mayoría parlamentaria que, con el mayor desparpajo, blinda a funcionarios corruptos y obstruye cualquier esfuerzo de fortalecimiento institucional promovido por el Poder Ejecutivo.
En el fragor de esta batalla ocurre una gran paradoja: mientras el fujimorismo controla o influye en casi el 60% de los congresistas, la calle aclama a Vizcarra tanto como clama por el cierre del Congreso. La calle, entonces, léase sociedad civil, puede convertirse en el actor coyuntural que incline la balanza en favor del adelanto de elecciones planteado por el Poder Ejecutivo.
Comparto con Neira la intuición de que una época se va. Imagino que, de aquí a unos pocos años, solo algunos quedarán en pie, pero en otro contexto. Si hoy advertimos un volcamiento de la ciudadanía en favor de la consolidación de sus instituciones republicanas es porque estamos interconectados a través de la internet y porque somos una sociedad que cada vez reconoce mejor un servicio de calidad, inclusive los que brinda el Estado, de otros que no lo son, y entonces se autoconvoca y protesta, exige y reclama.
No es complicado colegir la hipótesis anterior: la mediocridad de buena parte de la representación parlamentaria ha llegado al punto de movilizar al menos interesado en estos temas. Toda guerra tiene un final, esta debe tener uno. Ojalá que, al final de la batalla, se levante la república peruana tras un multitudinario exhorto: ¡no mueras! bajo la forma de elecciones anticipadas, luciendo sus ostentosos senos orgullosa, como la Marianne francesa, enarbolando por todo lo alto su virtud cívica y la pureza de sus finalidades.