Una política más limpia
"Lo que diferencia la actual coyuntura, de todo nuestro anterior recorrido republicano, es que hemos convertido la meta de limpiar nuestra política en un objetivo de la nación"
Cuando el año pasado el presidente Martín Vizcarra presentó ante el Congreso las cuatro reformas políticas que debían someterse a referéndum, fui uno de entre tantos que lo apoyamos de inmediato. No son pocas las críticas que se han levantado en su contra por no gobernar de manera más populista y ocuparse de urgencias que, no por ser tales, ni por atenderse oportunamente, señalarán el rumbo del desarrollo del país. En este punto el debate ha sido intenso pues ha confrontado no sólo dos maneras de entender la política, sino dos cosmovisiones del mundo, al mismo tiempo que ha vinculado dos esencias de la peruanidad, que, aunque opuestas, conviven la una al lado de la otra: el republicanismo liberal y el clientelismo.
Tal vez haya llegado el momento de llamar a las cosas por su nombre. En el Perú unos ciudadanos entienden que el fortalecimiento de las instituciones del Estado, como el sistema de justicia, el poder legislativo e inclusive los partidos políticos (en sentido estricto no son instituciones del Estado) constituyen la estructura fundamental a partir de la cual podrán emprenderse proyectos de desarrollo que apuntan a lo material, es decir a la mejora de la calidad de vida de los peruanos. En otras palabras, la eficiencia en el gobierno, de las instituciones del Estado, es el punto de partida para pensar -en términos de un proyecto a futuro- qué infraestructura nos hace falta, hacia qué especialización tecnológica debemos apuntar, de qué manera podremos integrarnos mejor al mundo interconectado del siglo XXI, cómo podríamos convertirnos en un país rico, etc.
Sin embargo, otros peruanos, lo cual es absolutamente comprensible, relacionan el Estado con la llegada del camión de Sedapal trayendo el agua, la reparación del puente que se llevó el último niño, la construcción del muro de contención y, en todos esos casos, la presencia de un político al que adjudicarle el mérito de haber solucionado sus problemas; en suma, un caudillo populista al que seguir hasta las últimas consecuencias. Ciertamente, en los últimos 70 años no nos han faltado políticos desesperados por desempeñar el rol de gran benefactor, y que no han escatimado esfuerzos para que la publicidad del Estado los presente como tales. Para citar dos ejemplos, podemos comenzar con Manuel Odría, “El general de la Alegría”, hasta llegar a Alberto Fujimori, simplemente “el chino”.
Es verdad que al medio de ambas posturas existen variadas tonalidades de gris. En 2016, al comenzar el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, pensaba que sumados los votos de Keiko Fujimori y los de APP (pues César Acuña se mueve en esos términos) el Perú clientelar era holgadamente mayoritario. Pero lo que colegí como una cultura largo tiempo arraigada no pasó la prueba de los primeros éxitos de la Justicia sobre políticos corruptos en toda la larga historia de nuestra república: los éxitos del equipo anticorrupción del Fiscal Rafael Vela sobre la referida Keiko Fujimori, Susana Villarán, el desaparecido Alan García etc. Y así de pronto, 85% de peruanos apoyamos vigorosamente las reformas del referéndum constitucional de diciembre pasado, mientras que los limeños, sorpresivamente, elegimos un alcalde más conocido por la buena gestión que por el floro, y lo mismo en el distrito de La Victoria.
No nos confundamos, casi todos los peruanos que hemos apoyado el proceso iniciado por el presidente Martín Vizcarra participamos de una forma u otra en la informalidad y el clientelismo que hoy combatimos al apoyar la propuesta institucionalista del Ejecutivo. Esto sucede porque ambas prácticas se alojan en la vida cotidiana, en la picardía por insignificante que pudiese parecernos, en pasarnos la luz roja a pesar de que sea de madrugada y aparentemente no haya nadie.
Por ello es importante distinguir la realidad del proyecto. Nuestro presente nos ofrece harta corrupción política diseminada por todo el país, la que alcanza los confines más alejados del Estado. Sin embargo, tras solicitar audiencia en el Congreso para exponer la Cuestión de Confianza asociada a la Reforma Política, el Primer Ministro Salvador del Solar expresó que la meta que se ha trazado el gobierno con esta reforma es mejorar nuestra política. Por ello, lo que diferencia la actual coyuntura política, de todo nuestro anterior recorrido republicano, es que hemos convertido esa meta en un objetivo de la nación, que las grandes mayorías defienden, comprenden y, por lo mismo, impulsan. El Perú, finalmente, ha encontrado un horizonte.