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¿aún podremos ganarle la batalla al fujimorismo?

Fujimorismo vs democracia: radiografía de una guerra perdida

El Perú es fujimorista porque Alberto Fujimori le puso un nombre y un rostro al nuevo Perú: el suyo propio

Daniel Parodi Revoredo

Publicado: 2017-08-20


Este finde no fue normal, no suelen serlo en el Perú hace tiempo, no hay estabilidad política, ni social, no hay rutina, lo cotidiano y el conflicto se llevan tan bien que son una sola cosa, el finde anterior los maestros, este el Museo de la Memoria.

Lo que se juega el Perú ya lo he dicho en otra ocasión: el Perú se juega todo, es decir, la sociedad que será o que intentará ser el siglo XXI. No es nuevo esto de intentar ser alguna cosa, los siglos  XIX y XX hemos intentado ser una República y en 2017 apenas somos su remedo. Un montón de caudillos militares, dictaduras y regímenes mixtos nos han impedido entender de qué se trata, es peor que eso, en realidad a nadie le importa.

Pero sepamos lo que nos jugamos, creo que el mínimo de conciencia de pertenecer a una sociedad determinada y participar de su proyecto político nos obliga a esa pisca de responsabilidad. Nos jugamos ser la sociedad de cómplices de la que nos habla Gonzalo Portocarrero o la República Rousseauniana cuyo cadáver honraremos en fastuosas pompas en 2021, un poco parafraseando a Hugo Neira.

No sé cómo nos salvamos en 2016, de lo que en realidad ya somos, solo que en algunas trincheras muy intelectuales o tecnocráticas como para comerse el pleito nos resistimos a aceptarlo. Pero el Perú ya optó, el Perú ya es fujimorista y resulta que el fujimorismo -o el movimiento político así designado- no es completamente propietario de todo lo que incluye el sustantivo que lo nombra.

El fujimorismo no creó al fujimorismo, este existía al menos una década o, si quieren, un siglo antes de que al ingeniero Alberto Fujimori, Rector de la Universidad Agraria, se le ocurriese postular a la Presidencia con toda la intención de resultar electo senador. Sí, senador, por eso postuló también al senado, como lo hizo el emblemático socialista Luciano Castillo en 1980, 10 años antes, exactamente como hacían todos los candidatos presidenciales que sabían que no iban a ganar. Pero a Fujimori lo ayudaron no solo el APRA, la izquierda y los innumerables errores del antipático FREDEMO de Vargas Llosa (vaya que hubiese votado por él pero entonces vivíamos los estertores del mundo de las ideologías y votamos, a base de ellas, en contra de la derecha y, de pasadita, de la única posibilidad de salvar la República ochentera): Fujimori ganó porque el fujimorismo ya existía.

Al punto: en el Perú hasta 1950 costa y sierra no se conocían -sí, ya sé que estoy exagerando, generalizando al máximo, perdón, esta es una nota y no un tratado- pero en 1980 ya eran una sola cosa, la una era la continuación de la otra y viceversa, y asistimos impávidos, los mismos atrincherados intelectuales antifujimoristas de hoy, al nacimiento del Perú fujimorista; es decir informal, recién urbanizado, en precario proceso de alfabetización y absolutamente incapaz de absorber y satisfacer las demandas socioecómicas de una población que solo sabía sobrevivir.

A Haya de la Torre no lo dejaron. “El viejo León” llegó muy tarde, los militares no le permitieron transitar al Perú del viejo orden oligárquico a la democracia ciudadana de la que tanto nos habló en su último discurso, la única vez que lo dejaron hablar en el Congreso, entonces constituyente, por la vía del voto popular, en 1978. Pero para cuando se aprobó la constitución del 79, 46 años después de 1933, ya no había ciudadanía democrática -si alguna vez la hubo- donde aplicarse. Por eso el peruano de a pie de los ochenta ni la leyó, estaba preocupado en sobrevivir y así debía ser.   

Creo que nadie alcanzó a entender el Perú que nos devolvieron los militares en 1980 y tengo la terrible sensación de que incluso hoy nos negamos a aceptarlo. Se trataba de un Perú que, básicamente, se construyó a si mismo, con sus manos, como sus casas, ayudado por los parientes y viceversa, como en el ayni andino, códigos que conocían bastante bien nuestros migrantes y están en la base de su supervivencia y su ímpetu comercial, como señalase de Soto en El Otro Sendero.  Y entonces sucedió lo que hoy es verdad de perogrullo: la clase política perfectamente acondicionada para una democracia ciudadana y construida a base de partidos políticos como la de 1980, con derecha, centro y mil izquierdas, no le interesaba a la gente. Mucho menos Sendero y el terror. A la gente le interesaba prosperar y hacer lo necesario para lograrlo.

De allí que todo, el orden político, la ley, las antiguas costumbres, los derechos y deberes ciudadanos, Rousseau, Montesquieu y John Locke resultasen absolutamente absurdos dentro de esa lógica. La dialéctica era consustancial a Haya de la Torre, pero me pregunto cómo hubiese resuelto la contradicción más absoluta de la historia republicana del Perú, aquella que abjuró del propio republicanismo.

Y por eso el Perú es fujimorista porque Fujimori le puso un nombre y un rostro al nuevo Perú, el suyo propio, fusionado, en un solo grito, con el clamor de las masas a través de las psicosociales de Montesinos, con el desenfrenado pero entonces necesarísimo asistencialismo y con un autoritarismo que le ofreció a una ciudadanía todavía premoderna y patriarcal el anhelado imaginario del orden: al carajo la República, “los derechos humanos son una cojudez” habría dicho alguna vez el cardenal Cipriani. Yo no quiero derechos, no quiero la letra escrita en una hoja de papel amarillento, yo quiero obras, agua, saneamiento, hospital, colegio, trabajo, libertad para trabajar, luego que se levanten el país en peso. Si es mafia, será mafia mientras publicite adecuadamente la sensación de ser eficiente.

No sé qué paso en 2016, ¿aplazamos el desenlace? ¿retardamos la fecha de la completa fujimorización del país? O sencillamente creemos que aplazamos y retardamos lo que ya es una realidad en la calle y por eso se han tumbado al difusor, en el LUM, de una muestra de los excesos de papá Alberto, porque finalmente pueden, porque finalmente ya mandan. ¿Tiene la culpa PPK? Claro que no, él es una esperanza para el que la quiera tomar, una posta para el que quiera continuar la lucha en una guerra por la democracia que talvez perdimos hace mucho, solo que nos negamos a aceptarlo.

Negacionismo mientras tanto, el Perú no debe saber que los militares hicieron lo que hicieron en las zonas de emergencias. Que no lo hicieron todos, pero lo hicieron, tanto como no debe tomar conciencia, y aquí la otra cara de la medalla, de que derrotaron al terror y de que muchos de ellos fueron también víctimas, esa es la sala que falta en el LUM, lo he dicho antes y lo repito ahora.

En las bambalinas de la próxima gran consagración del Perú al fujimorismo, con felicísimo tedeum en la Catedral y redoble de campanas, el APRA languidece entre las "saudades" del antiguo-líder-nuevo por el amor perdido de las masas, el pepekausismo no se anima a copar el espacio vacío de los partidos tradicionales, mientras que Cornejo pero sobre todo Guzmán se preparan en las bambalinas de un republicanismo con ¿tufillo a siglo XXI?

¿Se hará el milagro cívico por el que clama Hugo Neira?

O ha el llegado momento de llamar por su nombre lo que en las últimas décadas hemos construido como cultura política, costumbre y práctica social: fujimorismo, sin más, fujimorismo. 

Daniel Parodi Revoredo  



Escrito por

Daniel Parodi Revoredo

Máster en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid, Historiador Docente en U. de Lima y PUCP. Opiniones personales


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Palabras Esdrújulas

PALABRAS ESDRUJULAS por Daniel Parodi