Hace más de dos décadas el Padre Felipe Zegarra comentaba en su clase de teología en la PUCP que en los años setentas, cuando algún estudiante “bajaba” al aula a dirigirse a los alumnos, estos no tardaban mucho en exigirle una definición política-ideológica: “defínase compañero”, lo emplazaban para que explicitase su manera de ver el mundo. Lamentablemente no me da el oportunismo para evadirme de un pronunciamiento respecto de la venidera segunda vuelta; eso de esperar a ver qué pasa para después acomodarme nunca se me hizo y, por lo mismo, mi militancia partidaria es de sobra conocida.  

Lo primero que tengo que decir es que no soy antinadie; no voy a caer más en los maniqueísmos que en nuestra “zoociedad política” se plantean básicamente desde una esquina de la izquierda que se pretende moral, intelectual, ideológica y, no sé qué más, superior a todo lo que se mueve. Mucho menos, si el planteamiento viene de una lideresa que ni ha pasado la prueba grafo-técnica, ni ha deslindado con el chavismo. Es como con la famosa repartija hace tres años, cuando una joven activista supuestamente defensora de la institucionalidad en el Perú me dijo que jamás marcharía contra el tirano venezolano.

Por otra parte, nuestra camada politológica debe repensar a Fuerza Popular en el nivel de la praxis, pues me parece que es el único partido nacional que se ha adecuado a las exigencias del siglo XXI. “Felizmente”, Alberto hizo todas las cosas malas que hizo (sin mezquinarle un modelo económico que incluso después de los Humala nos mantiene a flote) porque de lo contrario su inmutable hija se la llevaba en primera vuelta.

Yo no creo en los calcos históricos que preconizan tanto agorero últimamente. No somos pues el Perú de 1990, ni el de 1992 y, por lo tanto, no repetiremos la experiencia. Sin embargo, del fujimorismo me preocupa su cultura política que es básicamente populista y clientelar. No quiero que se consolide en el Perú -más de lo que ya está consolidada- una relación vertical y paternalista entre un caudillo providencial y un pueblo agradecido, al punto de que en algunos lugares del país aún se piensa que Alberto Fujimori financió de su peculio las obras que ejecutó. Lo que yo quiero que emerja por fin es la república virtuosa, esa de ciudadanos cívicos, de auténtica igualdad política y de oportunidades. Lo que yo quiero es un Perú inmerso en un proyecto educativo a veinte años para convertirnos, en dos generaciones, en un país educado, democrático y calificado para insertarse competitivamente en el mundo.

PPK no es santo de mi devoción, no diré lo contrario ahora, pero siempre se ha manejado mejor con las formas institucionales y republicanas. PPK es un neoliberal, de aquellos que cree en la iniciativa individual y privada, mucho más que defensor de un pacto social que genere un sentido común democrático alrededor de nuestras instituciones. Pero en todo caso, “el gringo” entiende que, por defecto, la democracia es el sistema que más le conviene al Perú para insertarse en el mundo global y por ello mismo no lo veo reacio a sacar adelante ciertos temas fundamentales como la reforma política, la electoral y la educativa, las tres desde una mirada modernizadora, por eso votaré por él en la segunda vuelta.

Tengo la tranquilidad, y quiero compartirla, de que cualquiera de los dos candidatos que competirán por la Presidencia, no sólo lo hará mejor que Humala, sino que mejorará sustancialmente la economía del país por lo que a ambos les deseo suerte. Es en la forma de concebir la política, de concebir la relación entre el Estado y la ciudadanía que encuentro que PPK le lleva cuerpos de ventaja a Keiko y esto explica mi decisión.

Digo más, PPK está más cerca de la democracia que Keiko, de la que esperamos que no se aleje mucho si gana. Es por eso que el APRA,  artífice de la democracia peruana, debería definirse en el mismo sentido.

@parodirevoredo