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PABLO Y BEA, ENTRAÑABLES PERSONAJES DE ROCANROL 68

Rocanrol 68

Lo mejor del cine nacional en años

Publicado: 2013-11-01

Anoche ví Rocanrol 68 de casualidad, uno porque soy lo suficientemente despistado como para no saber qué película nacional se estrena o está en cartelera, dos porque después de Cementerio General juré no ver más cine peruano y tres porque en verdad fui a ver otra película pero me equivoqué de horario, la que buscaba ya había comenzado. Así fue como entré, pero casi dos horas después salí con esa sensación que sólo te dejan las películas entrañables, las que te encantan, fascinan, las que te hacen reir, llorar; aquellas de cuyos personajes te enamoras e identificas, de las que quisieses que fuesen una realidad a la que poder integrarte, en fin.  

Rocanrol 68 es la opera prima de Gonzalo Benavente, joven cineasta de 31 años, que parece asegurarnos cine peruano de calidad por un buen tiempo. De que no le hará falta mucho presupuesto estamos convencidos porque si algo nos ha demostrado Benavente es que sabe arreglárselas perfectamente con pocos recursos.   Para ambientar los finales de los sesentas no requirió un gran estudio holliwoodense. Se fue a La Punta, que está más o menos igualita que hace cincuenta años, al TipTop de Lince, el único autoservicio que sobrevivió a su tiempo,  a una vieja sala de cine, de las que ahora son iglesias cristianas, consiguió dos o tres carros de colección, un buen vestuario, muy pocos extras y, eso sí, full rocanrol. ¡Buenazo!

A mí me quedó la sensación de que Benavente nos entregó no una sino varias obras de arte en su película,  encapsuladas en sus respectivas escenas: el breve musical lleno de color; Pablo, el maoísta, enamorando a Bea con una secuencia de cartelitos, el paseo en bicicleta, la cena familiar en casa de Manolo, que es la que me lleva a resaltar el acertado trabajo de mentalidades que puede apreciarse en el guión. Es posible que se diga que los padres de Manolo aparecen un tanto estereotipados, pero esa mesa peruana dominguera, tan jerarquizada, sí existió. De allí que quisiera también destacar las actuaciones. Sin duda que Norma Martínez estuvo soberbia representando la conservadora y algo psicodélica mamá de Manolo; tanto como Pablo Saldarriaga al primo maoísta. El trío de amigos adolescentes pareció muy bien ensamblado, bien Mariananda  Schempp, la protagonista, y muy destacada Gisela Ponce de León, personificando a Bea, la feminista hermana de Manolo.    

Sin duda, lo que más me fascinó de Rocanrol 68 fue el acercamiento del director a la  adolescencia, a esa etapa perturbadora, en la que, por lo general, las chicas la tienen más clara que los chicos. Me encantó cómo abordó el difícil proceso de afirmación de la masculinidad de los tres inexpertos jovencitos en una sociedad machista y demandante, que acaban de concluir el colegio, y que apuestan entre sí conseguir enamorada antes de que concluyese el verano. De allí resulta que Bobby, que se mostraba más seguro, resultó el más tímido, que Guille comprendió  que no vale la pena renunciar a ser uno mismo por conquistar a una chica y que Manolo acaba con el corazón roto pues entre él y Emma se interpone un chico algo mayor y mucho más canchero.

Y es aquí donde Manolo, que quería ser director de cine, decide cambiar el final de la historia y entonces, imaginariamente,  se traslada desde un concierto de Los Yorks en Lima hasta las playas de La Punta a obtener consejo de su “superhéroe”, Erwin Flores, el guitarrista de Los Saicos,  y de allí vuelve al concierto armado de valor a arrebatarle Emma al chico que era mayor. La cinta concluye con la declaración de amor  de Manolo a Emma y un beso en la glorieta de La Punta. Cursi, tal vez, pero cuantos quisiéramos cambiar el final de una historia de amor adolescente como lo ha hecho magistralmente Gonzalo Benavente en Rocanrol 68. Vayan a verla.     


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Escrito por

Daniel Parodi Revoredo

Máster en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid, Historiador Docente en U. de Lima y PUCP. Opiniones personales


Publicado en

Palabras Esdrújulas

PALABRAS ESDRUJULAS por Daniel Parodi