El año primario
EL AÑO PRIMARIO
Daniel Parodi Revoredo
Hace un año, cuando Ollanta Humala accedió a la primera magistratura de la nación, mi temor era que su centrismo de última hora fuese una pantomima electoral con la finalidad de atraer indecisos y que, tras su triunfo, retomase la postura radical de izquierda nacionalista que mantuvo hasta la primera vuelta. Transcurrido un año constatamos que nos quedamos cortos en la ponderación que esperábamos del Presidente, quien viró hasta los mismísimos confines de la derecha neoliberal.
Tras cuatro meses de gobierno, era claro el viraje ideológico experimentado por el nuevo mandatario. El cambio, que se produjo abruptamente, le costó a Ollanta Humala su primer gabinete. Para entonces era evidente la contradicción entre los discursos del Presidente y del premier Salomón Lerner. De allí su renuncia.
Entonces comenzó a gestarse “el año primario” de Ollanta Humala, quien apeló a lo que más conoce, es decir, su entorno militar. Allí acudió en busca de las certezas que no halló en la izquierda intelectual, allí encontró a Oscar Valdez y Alberto Calle; allí consiguió que las cosas, en lugar de mejorar, empeorasen.
Un lugar común es pensar que la “mano dura” es a veces necesaria para “poner orden” en el país, pero pensar así implica no comprender que en el Perú contemporáneo las regiones, y sus gobiernos, son ya un poder institucionalizado que cuenta con una serie de mecanismos para oponerse al gobierno central e incluso enfrentar su aparato represivo. Es lo que ha ocurrido. Sólo tras los desastres de Cajamarca y Celendín pudo comprender el Presidente que los palos y las balas ya no funcionan en un país que es socialmente más democrático que hace treinta años, aunque no necesariamente más justo. Entender aquello le costó su segundo gabinete a Ollanta Humala, el saldo: la vida de decenas de peruanos.
Al comenzar el segundo año de gobierno nacionalista, la minería sigue siendo el gran problema por resolver debido a su indisoluble relación con la generación de riqueza pero también con los graves desencuentros socioculturales del Perú, sobre los cuales yo esperaba una mayor comprensión y sensibilidad presidenciales. No las ha habido, y a una imprecisa lectura de la realidad, hoy se le suma la desconfianza popular hacia un gobierno que ofreció una cosa e hizo otra.
Ante un Estado deslegitimado como interlocutor quizá haya que invertir el orden y esperar un poco: primero generemos confianza y mecanismos de diálogo, después que venga la minería. Yo sé que la propuesta anterior puede escandalizar a muchos pero hace décadas, cuando no siglos, que se hacen muy mal las cosas en el país, lo que incluye a radicales y oportunistas que ven en la protesta popular una trayectoria a forjarse a través del caos social.
En fin, ya se fue el año primario, ese que admite todas las acepciones de su adjetivo. Ahora solo queda crecer y madurar para que el consenso comience a coronar el horizonte del país. A pesar de mi crítica, que es constructiva, apuesto por la consolidación de Ollanta en su segundo año de gestión presidencial. Creo que con el aporte de Juan Jiménez Mayor el gobierno recupera buena parte de su capacidad de diálogo y vocación de concertación; esperemos que con él prime el sentido común y se sienten las bases para avanzar en la solución de los conflictos sociales.